A muchas personas, cuando escuchan la palabra “hacker”, lo primero que les viene a la mente es la imagen de un joven desaliñado y nervioso; encerrado en su habitación, frente a su ordenador; digitando ansioso y con placer enfermizo, códigos y scripts para romper contraseñas e ingresar a los sistemas con el solo propósito de cometer fechorías: robar números de tarjetas de crédito, extraer dinero de cuentas bancarias, o abrir puertas “ultra seguras”; y en el mejor de los casos, hackear sitios web, burlándose de grandes empresas y entidades de gobierno.
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